domingo, 20 de marzo de 2011

Agricultura Caribeña: problemas y soluciones.



En esta primera publicación vamos a partir con un articulo muy interesante sobre las condiciones de la agricultura caribeña y cubana, que no se alejan de la realidad Dominicana.



La agricultura caribeña, y la cubana en particular,
está urgida de una nueva visión que le permita
la diversidad y competitividad de sus producciones
para la consecución del desarrollo sostenible.

Los sistemas de producción agropecuarios y forestales del Caribe insular resultan muy diversos y heterogéneos, como un reflejo de las diferentes condiciones económicas, sociales, ecológicas, topográficas, tipo de pertenencia y tamaño de la tierra, cultura y políticas que han prevalecido dentro de cada país y entre ellos.

Como factores casi homogéneos vinculados al sector agrario se encuentran la pobreza y el débil desarrollo rural; los efectos negativos de la «revolución verde»; la intensa presión y mal manejo de los ecosistemas que aún subsisten con su consiguiente secuela de erosión y pérdida en la calidad y cantidad de suelo, vegetación y agua disponibles; problemas con la producción y la calidad de los productos, la eficiencia y la economía rural, que están sometidas a constantes presiones con el alza continua en los precios de los insumos y los bajos precios de los productos del agro.

Los factores antes mencionados, entre otros, resultan un serio y enorme obstáculo para acceder y competir en las nuevas, más complejas y heterogéneas condiciones que imponen los retos y oportunidades de la globalización. A esto debe añadirse que las preferencias del pasado y la ayuda al desarrollo tienden a disminuir constantemente, lo que unido al incremento temporal y espacial de variables climáticas negativas, ya sea por exceso o defecto, junto a la aparición de nuevas plagas y enfermedades hacen aún más débil,   dependiente y vulnerable a la región.

Teniendo en cuenta la influencia económica (15-20 % del producto interno bruto), social
(20-50 % de la población) y cultural del sector, la mayoría de los países del Caribe insular están obligados a movilizar sus propias iniciativas y recursos, y buscar alianzas estratégicas de cooperación solidaria para ir creando las bases que les posibilite un tránsito hacia una nueva, más productiva, eficiente y competitiva agricultura caribeña, que hoy, en condiciones económicas, sociales, agroecológicas y ambientales más difíciles que en el pasado, está obligada a crecer, desarrollarse y perfeccionarse sobre bases sustentables, como premisa obligada para la seguridad alimentaria nacional y regional,
el desarrollo rural y la eliminación de la pobreza en el campo.

Este tránsito necesita de una nueva visión que evite repetir errores del pasado y que incorpore en forma objetiva, creativa e integrada nuevas herramientas políticas, sociales, económicas y tecnológicas adaptadas a las condiciones particulares de cada país y en general de la región, con el objetivo de posibilitar un incremento sostenido y competitivo
en la cantidad, diversidad y calidad de los productos del campo.

En materia política, un paso decisivo es la búsqueda de alternativas que posibiliten una integración solidaria y de cooperación, real y efectiva de los agricultores dentro de los países y entre ellos, lo que posibilitaría potenciar los recursos humanos, tecnológicos
y de infraestructura disponibles, y reducir al máximo la vulnerabilidad individual y colectiva existente. Los agricultores, unidos y asociados bajo la premisa de apoyarse y cooperar mutuamente, podrán hacer frente con más posibilidad de éxito a los nuevos retos que se les imponen, tanto por la globalización como por el cambio climático.

Desde el punto de vista social, hay que introducir cambios dirigidos a crear un protagonismo real de todos los productores, ya sean grandes, medianos o pequeños.
Este protagonismo debe estar basado en la apertura material y espiritual de oportunidades,
y en la capacitación adecuada de la familia rural para asumirla eficazmente. Resulta inaceptable que las tierras no se utilicen o se degraden sin producir y que miles de familias campesinas no posean una hectárea de tierra y padezcan hambre y miseria; es necesario evitar el éxodo de la población rural y atraer e incorporar aún más personas que se consagren al agro, lo que puede ser posible si se perfecciona, humaniza, se hace más productivo y se reconoce material y socialmente su trabajo.

En materia económica necesariamente hay que eliminar el injusto orden que en forma creciente imponen los países desarrollados y que está ahogando en forma sostenida la producción agropecuaria de los países menos desarrollados; incrementar el porcentaje del producto interno bruto (PIB) agrícola que se utiliza para crear y multiplicar la infraestructura rural disponible y dar oportunidad al agricultor de acceder a los recursos que necesita; introducir mecanismos más justos y razonables para los precios que se aplican, tanto a los insumos (siempre en alza) como a los productos del agro, para posibilitarle el acceso real
y justo al que los necesite.

Con relación a la tecnología, existen en el ámbito local, nacional y regional diversidad de conocimientos científicos y prácticos, la mayoría de ellos vinculados al uso de las fuentes renovables de energía y a la conservación y el mejoramiento ambiental, que si se aplicaran integralmente posibilitarían una mejora significativa en todos los indicadores productivos, económicos y ambientales en la agricultura caribeña. En muchos casos su puesta en marcha no necesita de grandes inversiones ni recursos materiales, sólo bastaría   brindar una buena y eficiente orientación, acompañamiento, conocimiento, voluntad y consagración,
y ciertos incentivos al agricultor.

Entre las tecnologías pueden señalarse la lucha integrada contra plagas y enfermedades para minimizar o no utilizar pesticidas, lo que reduce los costos de producción y mejora la calidad de los productos; el empleo de leguminosas, abonos verdes, cultivos de cobertura y abonos orgánicos, y la rotación de cultivos para regenerar, conservar y mejorar los suelos, y elevar los rendimientos de las cosechas; el uso de las fuentes renovables de energía para conservar y proteger el medio ambiente y reducir la adquisición de insumos externos; la intensificación del uso de la tierra según su capacidad agroecológica; el uso de árboles multipropósitos para mejorar el paisaje y el medio ambiente, y obtener productos adicionales; la diversificación de la producción y la búsqueda de valor agregado para los productos; el uso de cultivos y animales adaptados a los propósitos y nivel de intensificación de la finca; la preparación en tiempo y forma de los suelos y el uso de variedades y técnicas de siembra adecuadas; las tecnologías de siembras y preparación de los suelos dirigidas a la conservación del suelo
y el agua; el manejo adecuado e integrado del agua para su uso eficiente y conservación;
la utilización de sistemas de riego más eficientes utilizados en condiciones agroproductivas
y de cultivos también más eficientes; el manejo adecuado de la cosecha, el almacenamiento y la transportación de los productos, etc.
En esta vía siempre será posible identificar e introducir más de una tecnología con posibilidad de éxito para la mayoría de los problemas que presenta el sistema de producción.
Su introducción dependerá de la preparación y las posibilidades reales que posea o se le brinden al agricultor para adoptarla.

Un ejemplo que merece estudio y atención, por la cuantía y la velocidad del cambio aplicado, ha ocurrido en la agricultura cubana. En el período
1960-1990 el país desarrolló sistemas intensivos de producción que son inherentes a la «revolución verde», basados en la dependencia e importación de insumos –fertilizantes, pesticidas, maquinarias, alimento animal y otros–, y un comercio favorable para la importación y exportación de productos.
En esa etapa obtuvo el mayor incremento de producción de alimentos por persona entre los países de América Latina y el Caribe (el consumo per cápita sobrepasaba las 2 600 calorías y los 100 g de proteínas diarios), la mortalidad infantil se redujo a menos de siete por cada mil nacidos vivos y la expectativa de vida se incrementó en más de quince años. Además,
el país presentaba la mejor relación profesor-alumno y el más alto porcentaje de científicos entre los países de la región.

Al comienzo de los años noventa desaparecieron abruptamente los vínculos económicos
y financieros antes señalados, lo que coincidió con el recrudecimiento del bloqueo impuesto por los Estados Unidos a Cuba desde 1960. La economía cubana tuvo que enfrentarse a grandes tensiones y uno de los sectores más afectados resultó el agropecuario.
Las importaciones y las inversiones disminuyeron más de 70 % y las exportaciones más de50 %. La producción e importación de alimentos se redujeron drásticamente y ya en 1993 el consumo apenas rebasaba las 1 860 calorías y 40 g de proteínas diarios por persona.

Ante esta situación el país puso en ejecución el Plan Nacional de Acción para la Nutrición, en el que se integraron todos los sectores productivos y de apoyo. El agro estableció un modelo alternativo, dirigido a movilizar las capacidades y habilidades científicas, técnicas
y empíricas, y los recursos locales disponibles para atenuar la falta de insumos.

En este contexto se aplicó una nueva política dirigida a descentralizar y redimensionar las grandes extensiones que ocupaban las empresas estatales, que se convirtieron en un nuevo tipo de cooperativas de producción en manos de sus trabajadores. Paralelo a esto, se incrementó y perfeccionó el sistema de las cooperativas campesinas y de créditos y servicios existentes, nació la   agricultura urbana y miles de pequeñas fincas y huertos familiares comenzaron su gestión basada en los principios de la agricultura sostenible.

Se comienzan a producir en forma masiva y sostenida los biopesticidas y los fertilizantes orgánicos, se diversificó la producción en las fincas para eliminar el monocultivo, se incrementó el uso de las fuentes renovables de energía y de la tracción animal; los cultivos se rotaron y se intercalaron; se utilizaron las leguminosas y los abonos verdes, se aplicaron prácticas para conservar los suelos y el agua mediante su utilización más eficiente; se introdujo masivamente el uso de sistemas de riego de baja carga con una alta eficiencia y se aplicaron incentivos económicos y sociales a la comunidad rural, lo que ha atenuado el éxodo a las ciudades. Los planes de educación y capacitación y de I+D se transformaron y adaptaron   a la nueva situación, y nuevos sistemas de información y divulgación se pusieron en práctica. Se rescata la «voluntad hidráulica» y ya se acumula experiencia positiva en el manejo integral de las cuencas, que reducen marcadamente su carga contaminante en
6-10 % cada año.

Experiencias de los autores, aplicadas en la reconversión de sistemas de producción especializada de leche, hacia sistemas de producción diversificada pecuaria-agrícola-forestal, posibilitó en un período de tres años mejorar todos los indicadores económicos y biológicos del sistema, lo que permitió incrementar la participación directa y la consagración de los productores y los beneficios recibidos. A la producción primaria de leche se le sumó la reforestación del área; el mejoramiento de los suelos mediante la conservación y utilización de los residuos de la finca; la introducción de cultivos alimenticios y forrajeros, tales como maíz, yuca y boniato, caña y arroz; y se desarrolló la producción de frutas y vegetales, así como la de carne de cerdo y aves, huevos y miel de abejas.

Aunque el nuevo modelo aplicado en Cuba aún no satisface plenamente la alta demanda de productos diversificados y con calidad, y los precios resultan altos, hay avances sostenidos en la   producción y diversificación de los alimentos que, unido a los de   importación, han elevado los consumos diarios hasta alcanzar las 2 700 calorías y cerca de 80 g de proteínas por persona. También avanza sostenidamente la reforestación y la conservación y mejor uso de los suelos y el agua, lo que reduce marcadamente la carga contaminante en el agrosistema.

Aunque los cambios introducidos en la agricultura cubana no son aplicables a muchas de las pequeñas economías y el contexto donde se ha desenvuelto históricamente la agricultura caribeña, Cuba muestra la posibilidad de transitar por vías no tradicionales y recuperar los espacios y el tiempo perdido, para avanzar hacia una nueva agricultura productiva y no agresiva al medio ambiente y sus protagonistas. Sólo así la agricultura caribeña apoyará el cumplimiento de las metas que tiene la región para reducir y eliminar el hambre, conservar y mejorar su medio ambiente, y tener una familia rural sin pobreza ni miseria.

Juan J. Paretas Fernández y
Mirtha López Gutiérrez paretas@cubasolar.cu mirthalg@yahoo.es